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El recuerdo, esa dimensión del eterno presente,
hostiga las estrechas fronteras de una vivencia y decide insurgir armado con
letras, estructurado en novela, rebautizado como Lo que fue dictando el fuego.
Así, Juan Antonio Hernández complica nuestra memoria
histórica colectiva, arrojando sobre la contemporaneidad un episodio conectado
causalmente con la Revolución Bolivariana, que fue leído a prisa y tratado con
nimiedad por urgidas coyunturas.
Eran tiempos de una crisis global que se reflejaba
en Venezuela, colapsaban estructuras; visiones y matices saltaban al escenario
como líneas en paralelo, era difícil ubicarse en un argumento escrito a múltiples
manos, ser protagonista y espectador.
Despunta, entonces, el arresto juvenil de una
identidad: “Éramos unos muchachos
anómalos de los 80, con una vida militante que no era la más frecuente”,
cuenta Juan Antonio Hernández, con los ojos mirando hacia los recuerdos, para
luego volver la visual hacia Lo que fue dictando el fuego,que
reposa en el mesóndonde nos reunimos, muy cerca de sus dedos y del grabador que
guardaba nuestra conversación.
Con serena firmeza pone su índice sobre la portada
de la novela yasevera: “Lo
contado ocurrió”. A renglón seguido,
comienza a referirse al personaje que centra su obra: Gonzalo Jaurena, el
uruguayo.
“Gonzalo fue
muy cercano a mí, política y
afectivamente”, comenta, mientras sus ojos vuelven a mirar hacia el
recuerdo.
Y, es precisamente esa sinceridad que deja fluir en
nuestra conversación lo que atrapa a quien decide caminar por las páginas de Lo
que fue dictando el fuego, la primera novela de Juan Antonio Hernández.
Una obra donde prevalece la franqueza, casi ingenua, de quien no puede
resistirse a contar “la verdad”
porque la necesita “la memoria histórica
venezolana”.
Juan Antonio Hernández se despoja de su ser
diplomático actual, es Embajador de Venezuela en Egipto, pero eso no interfiere
en su pluma, pues desde su obra se ubica en el extremo opuesto a la sutileza; simplemente
es el compañero de Gonzalo Jaurena, uno de aquellos jóvenes “anómalos” que hacían vida política en
la Universidad Central de Venezuela, quienesdiscutían“cómo pensar la militancia”, en medio de un colapso estructural que
generó un “páramo”, “una intemperie”,
pero que trajo “cosas nuevas”, aunque
con sus “consecuentes errores”,
refiere en otro de sus retornos al presente exacto de nuestra conversación.
“Es una novela testimonial”, afirma, si de
encasillarla genéricamente se trata, aunque aclara que Lo que fue dictando el fuego
se concibió en la más absoluta libertad, sin imaginar marcos de este tipo. Es
comprensible. ¿Cómo escribir una
historia de lucha contra las estructuras, pensando en una estructura?
Para quien ama las letras, y es sincero en ellas,
los moldes sobran. Y, tal vez, en esa perspectiva Juan Antonio Hernández logró
testimoniar “una verdad”, un pedacito
de esta historia donde somos personajes y espectadores, contrastando
mágicamente poesía, metáfora y realidad.
Desde el verso y la metáfora nos asoma pasión,
romance, riesgos, miedos, ansiedades, alegrías, tristezas, añoranzas, críticas
y contradicciones. A partir de la realidad, cómo se construye la identidad de
unos jóvenes, las inspiraciones de la época, la muerte como determinante en
aquel “intento” de Gonzalo Jaurena,
de todos ellos, por “superar el espacio estudiantil,
luego del Caracazo, y la respuesta punitiva del Estado”, o de esa “especie de vorágine” en la que se
vieron envueltos, como, finalmente, Juan Antonio Hernández caracteriza a esos
inolvidables momentos.
Surge una inquietud: ¿Desde cuándo estaba escrita?Entonces el autor recuerda los años
que estuvo pensándola y cómo una visita humanitaria a la Franja de Gaza lo
reencontró con varias cosas que pusieron fin a lo pensado, volcándolo
compulsivamente sobre las letras que gestaron en sólo un mes la existencia deLo
que fue dictando el fuego.
Un título prestado a la composición amorosa de Sor
Juana Inés de la Cruz, que poseesubliminales conexiones con la historia, ajenas
al eje romántico de la poetiza, pero propias de una trama que se desnuda sin
prejuicios, enamora sin resistencia y se instala a perpetuidad.
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