Circuito Comunicacional Por la Paz (CCPP)
Foto: Archivo
Venezuela vuelve a
vivir jornadas de intensidad política, marcadas por la fuerza que el chavismo sigue
demostrando en la calle, la tentativa de usurpación del Gobierno Nacional, por
parte de la derecha opositora, y el injerencismo sin tapujos del Gobierno de Estados
Unidos que decidió jugarse la partida, desconociendo la investidura de Nicolás
Maduro Moros como Presidente legítimo de Venezuela, y otorgando ese crédito a
Juan Guaidó, presidente del órgano legislativo ordinario, quien se autoproclamó
Jefe de Estado venezolano.
Tras violar el
Derecho Internacional, en su principio de no intervención en asuntos internos, al
desconocer a Nicolás Maduro Moros como Jefe de Estado, y validar la
autoproclamación de Juan Guaidó; este 23 de enero Estados Unidos se declaró en
guerra contra la soberanía del pueblo venezolano, y confirmó al mundo que está tras
el conflicto político en esta nación.
Y, como en toda
guerra de este tiempo, el 23 de enero se volvió a confrontar la realidad social
con la virtual. Si bien, las calles fueron ganadas por el chavismo, frente a
una oposición que, aunque logró volver a movilizar gente, no consiguió ganarle
la batalla de masividad al
bolivarianismo; la mediática
transnacional y las redes sociales presentaron a un Nicolás Maduro Moros
derrocado, con juegos de cámaras y tomas manipuladas que convertían a la
minoría opositora en una verdadera multitud.
Lo que no mostraron
los medios transnacionales fue la
ofensiva soterrada que desarrolló la derecha venezolana, después de concluidas
las manifestaciones y la autoproclamación de Juan Guaidó; así como tras
conocerse las declaraciones intervencionistas de Estados Unidos y la respuesta
de Nicolás Maduro Moros, ordenando la salida de Venezuela de la misión
diplomática estadounidense, en un plazo no mayor a 72 horas.
Mientras la soledad
se apoderó de las principales ciudades, en varios puntos de Venezuela, como
Portuguesa, Táchira, Anzoátegui y algunas comunidades caraqueñas, se desató una
embestida de odio que contó con quema de gobernaciones, sedes del chavismo, espacios
culturales y asistenciales, hasta la movilización de grupos armados, disparando
a mansalva; y pago en dólares a bandas hamponiles, para que salieran a saquear
y amedrentar barriadas populares.
El 23 de enero volvió
a cobrar vidas entre el pueblo venezolano y a despertar los temores al
terrorismo que desató la oposición en 2017, conjurados con la elección de la
Asamblea Nacional Constituyente.
A dos días de estos
eventos, cuando está por cumplirse el plazo otorgado al cuerpo diplomático
estadounidense, acreditado en Venezuela, para que abandone el país; la
correlación internacional, que determina en estos tiempos el desenlace de todo
proceso nacional, se disparó a favor del Gobierno Bolivariano: organismos como
OEA y la ONU le negaron apoyo al intento de golpe de Estado, generado por la
oposición venezolana, a través de la autoproclamación de Juan Guaidó. Asimismo,
países como Rusia, China y otros muchos, se pronunciaron por el respeto a la
investidura de Nicolás Maduro Moros.
Está planteado un
desenlace a corto plazo, un nuevo escenario de diálogo es indiscutible. No
obstante, la percepción popular apunta la continuidad del conflicto, en medio
de asuntos esenciales por resolver que, aún no se tocan, como el ataque a la
capacidad adquisitiva del pueblo trabajador, con la especulación sin control;
la corrupción desatada y la violencia potencial que exhibe la derecha
organizada.
Sin embargo, en las
bases del chavismo, el alerta para defender los ideales de la Revolución
Bolivariana, la Constitución y la institucionalidad, es cotidianidad que se
conversa en cualquier esquina.
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